Creo que empecé demasiado pronto a reflexionar sobre la vida en vez de vivirla, y comencé demasiado tarde a tener plena conciencia de que la vida en sí misma es una acción, por lo tanto no había más que reflexionar…...

El año del conejo

12 de abril de 2012

LA FELICIDAD DE UNA PERSONA

Texto para la práctica de ser conciente extraído del libro de Thich Nhat  Hanh : "Sintiendo la Paz"
La práctica de ser consciente es en sí misma la práctica de amar. Para fomentarla en aquellos que viven en pa­reja, he pedido a mis alumnos que me ayuden a iniciar un Instituto para la Felicidad de Una Persona. El pro­grama durará un año y sólo se ofrecerá un curso titu­lado «El arte de observar profundamente». Durante un año cada alumno hará la práctica de observar pro­fundamente en su interior para descubrir todas las flores y el abono que hay en él, no sólo los que ha crea­do, sino los que ha recibido de sus ancestros y la socie­dad. Al final del curso, cada alumno recibirá un diplo­ma en el que constará que él o ella están calificados para casarse. Creo que para las parejas jóvenes es im­portante practicar de ese modo antes de embarcarse en el viaje de mutuo descubrimiento que tiene lugar en el matrimonio. Si no llegan a conocerse bien a sí mismos ni dedican el tiempo necesario a deshacer sus nudos internos, el primer año de matrimonio resulta­rá muy difícil.
 Al iniciar una relación, nos sentimos llenos de exci­tación, entusiasmo y ansias de explorar. Pero todavía no nos comprendemos a nosotros mismos ni a la otra persona demasiado bien. Sin embargo, al vivir las vein­ticuatro horas del día en compañía de otra persona, ve­mos, escuchamos y experimentamos muchas cosas que no hemos visto o imaginado con anterioridad. Al ena­morarnos construimos una bella imagen que proyecta­mos en nuestra pareja, pero más tarde, a medida que nuestras ilusiones desaparecen y descubrimos la reali­dad, nos sentimos desconcertados. A menos que sepa­mos cómo hacer la práctica de ser conscientes juntos, observando profundamente nuestro interior y el de nuestra pareja, nos resultará muy difícil conservar nues­tro amor a lo largo de este período.
En la psicología budista, la palabra samyojana sig­nifica las formaciones mentales internas, cadenas o nu­dos. Por ejemplo, cuando alguien nos dice algo desa­gradable, si no entendemos por qué nos lo ha dicho y nos enojamos, se formará un nudo en nuestro interior. La falta de comprensión es la base que da pie a la for­mación de cualquier tipo de nudo interno. Si hacemos la práctica de ser conscientes, podemos adquirir la ha­bilidad de reconocer un nudo en el preciso instante en que se forme y hallar el modo de deshacerlo. Las for­maciones internas requieren toda nuestra atención tan pronto se forman, ya que el nudo todavía no está de­masiado apretado y el trabajo de deshacerlo será fácil de llevar a cabo. Si no deshacemos los nudos en el mo­mento en que se forman, se apretarán y endurecerán cada vez más. A nuestra mente le resulta difícil aceptar que tiene sentimientos negativos como la cólera, el miedo y el arrepentimiento, así que halla modos de se­pultarlos en remotas áreas de nuestra conciencia. Crea­mos elaborados mecanismos de defensa para negar su existencia, pero estos sentimientos problemáticos siem­pre intentan aflorar a la superficie.
El primer paso para afrontar las formaciones inter­nas inconscientes es intentar percibirlas. Meditaremos practicando la respiración consciente para tener acceso a ellas. Pueden revelarse como imágenes, sentimientos, pensamientos, palabras o acciones. Quizá notemos un sentimiento de ansiedad y nos preguntemos: «¿Por qué me he sentido tan incómodo cuando ella dijo aquello?» o «¿Por qué sigo haciendo eso?» o «¿Por qué he odiado tanto al personaje de esa película?». Al observarnos de cerca podremos sacar a la luz nuestras formaciones in­ternas. Y a medida que las iluminemos con la luz de nuestra atención, empezarán a revelar su auténtico ros­tro. Quizá sintamos alguna resistencia a seguir obser­vándolas, pero si hemos desarrollado la capacidad de permanecer sentados sin movernos y observar nuestros sentimientos, el origen del nudo se revelará poco a poco y nos dará una ¡dea de cómo deshacerlo. Practicando de esta forma llegaremos a conocer nuestras formaciones internas y estaremos en paz con nosotros mismos.
Cuando vivimos con otra persona es importante hacer este tipo de práctica. Para proteger la felicidad de ambos, debemos aprender a transformar las formacio­nes internas que aparecen como resultado de nuestra vida en común, tan pronto surjan. Una mujer me expli­có que a los tres días de casarse, y como resultado de la relación con su marido, quedó marcada con unas for­maciones internas tan profundas que no consiguió desprenderse de ellas en treinta años. Temía que decír­selo provocase una pelea. Sin una verdadera comunica­ción ¿cómo podemos ser felices? Cuando en nuestra vida cotidiana no permanecemos atentos, sembramos las simientes del sufrimiento en la persona que más amamos.
Cuando la relación de la pareja conserva aún el frescor y no tiene demasiados nudos, la práctica no es difícil. Ambos observan juntos el malentendido que ha originado el nudo y lo deshacen. Por ejemplo, si escu­chamos que nuestro marido está exagerando al hablar con sus amigos sobre algo que hizo, es posible que sin­tamos que en nuestro interior se está formando un nudo en forma de cierta falta de respeto hacia él. Pero si lo discutimos enseguida con él, los dos podremos aclarar las cosas y el nudo se deshará fácilmente.
Si practicamos el arte de vivir juntos de modo consciente, podremos hacerlo. Veremos que la otra per­sona, igual que nosotros, tiene en su interior tanto flo­res como basura, y lo aceptaremos. Nuestra práctica consiste en regar sus flores y en no añadir más basura. Evitaremos culparla y discutir con ella. Cuando inten­tamos cultivar las flores, si éstas no crecen bien, tam­poco la culparemos ni discutiremos con ella. Nos echa­remos la culpa a nosotros mismos por no cuidarlas bien. Nuestra pareja es una flor. Si la cuidamos bien, crecerá muy hermosa. Si la descuidamos, se marchitará. Para ayudar a una flor a crecer bien, debemos comprender su naturaleza. ¿Cuánta agua necesita? ¿Cuánto sol? Del mismo modo debemos observar profundamente en no­sotros mismos para percibir nuestra auténtica natura­leza, y después hacer lo mismo con la otra persona.
La «talidad» es un término técnico que significa la «auténtica naturaleza». Todas las cosas tienen su tali­dad, por eso somos capaces de reconocerlas. Una na­ranja tiene su talidad, de ahí que no la confundamos con un limón. En mi comunidad cocinamos con gas propano y conocemos su talidad. Sabemos que puede ser muy peligroso. Si mientras dormimos hay un esca­pe en la habitación y alguien enciende una cerilla, pue­de matarnos. Pero también sabemos que el propano puede ayudarnos a cocinar una maravillosa comida, y por eso lo hemos invitado a permanecer en nuestra casa, para que viva pacíficamente con nosotros.
Me gustaría compartir una historia sobre la talidad. En el hospital mental de Bien Hoa había un paciente cuyo estado parecía normal. Comía y hablaba como las otras personas. Pero creía ser un grano de maíz, y cada vez que veía un pollo huía despavorido para salvar su vida. Desconocía su talidad. Cuando la enfermera se lo comunicó al doctor, éste le dijo: «Señor, usted no es un grano de maíz, sino un ser humano. Tiene cabello, ojos, una nariz y brazos». Le dio un sermón como éste y fi­nalmente le preguntó: «Ahora, ¿podría decirme qué es usted?».
El hombre contestó: «Doctor, no soy un grano de maíz, soy un ser humano». El médico se alegró, creía que había ayudado a su paciente. Pero para asegurarse le pidió que repitiese la frase: «No soy un grano de maíz, soy un ser humano», cuatrocientas veces al día y que la escribiese en una hoja de papel trescientas veces más cada día. Aquel hombre se consagró a la tarea, in­cluso dejó de salir al exterior. Permaneció en su habita­ción repitiendo y escribiendo exactamente lo que el doctor le había prescrito.
Al cabo de un mes el doctor ftie a visitarlo y la en­fermera le informó:
—El paciente va muy bien, permanece en la habita­ción practicando diligentemente los ejercicios que us­ted le ordenó.
El doctor preguntó:
—¿Cómo le va a usted?
—Muy bien, gracias, doctor.
—¿Podría decirme qué es?
—¡Oh, sí, doctor! No soy un grano de maíz, soy un ser humano.
El doctor estaba encantado y dijo:
—Podrá marcharse en pocos días. Por favor, venga a mi consultorio.
Pero mientras el doctor, la enfermera y el paciente se dirigían al consultorio, pasó un pollo, y el hombre huyó tan velozmente que el doctor fue incapaz de atra­parlo. Transcurrió una hora antes de que la enfermera lograse llevarlo al consultorio.
El doctor estaba consternado:
—Usted me ha dicho que no era un grano de maíz, sino un ser humano. Entonces ¿por qué huyó al ver aquel pollo?
El hombre respondió:
—Claro que sé que soy un ser humano y no un gra­no de maíz. Pero ¿cómo sé si el pollo lo sabe?
Aunque había estado practicando intensamente, no era capaz de ver su verdadera naturaleza, su talidad, y tampoco comprendía la talidad del pollo. Cada uno de nosotros tiene su propia talidad. Si queremos vivir felizmente y en paz con otra persona, debemos com­prender su propia talidad y la nuestra. Una vez percibi­das, no nos resultará difícil vivir felizmente y en paz con ella.
Meditar es observar profundamente la naturaleza de las cosas, incluyendo la propia naturaleza y la de la persona que tenemos delante. Al ver la verdadera natu­raleza de esa persona, descubriremos sus dificultades, aspiraciones, sufrimiento y ansiedades. Podremos sen­tamos, cogerle la mano, observar profundamente a nuestra pareja y decirle: «Querido, ¿te comprendo lo suficiente? ¿Acaso riego tus simientes de sufrimiento? ¿Acaso riego tus simientes de alegría? Por favor, dime cómo puedo quererte mejor». Si lo decimos desde el fondo de nuestro corazón, quizá se eche a llorar, y ello será una buena señal. Significará que la puerta de la co­municación se ha abierto de nuevo.
Un aspecto importante de la práctica es el hablar afectuosamente. Cada vez que la otra persona haga algo bien, debemos felicitarla para mostrar nuestra aproba­ción. Esto debe realizarse en especial con los niños. De­bemos fortalecer la autoestima de nuestros hijos apre­ciando y alabando cada cosa buena que digan para ayudarles a crecer, sin dar las cosas por sentado. Si la otra persona manifiesta un talento o capacidad deter­minados para amar y generar felicidad, debemos ser conscientes de ello y expresarle nuestro aprecio. Ése es el modo de regar las simientes de la felicidad. Debemos evitar pronunciar frases destructivas como: «Dudo que puedas hacerlo». En su lugar, diremos: «Es difícil, que­rido, pero confío en que podrás hacerlo». Esta forma de hablar fortalece a la otra persona.
Cuando surja un problema, si mantenemos la cal­ma, podremos hablar sobre él afectuosamente, sin vio­lencia. Pero si no es así, es mejor no decir nada y senci­llamente respirar. Si lo necesitamos, podemos practicar la meditación andando al aire libre, contemplando los árboles, las nubes, el río... Una vez recuperada la calma, cuando seamos capaces de utilizar un lenguaje afectuo­so, podremos discutir juntos el problema. Si durante la conversación nos invade nuevamente la irritación, es mejor dejar de hablar y concentrarnos en la respira­ción. En esto consiste el ser consciente.
Todos nosotros necesitamos cambiar y crecer. Al casarnos, podemos hacer la promesa de cambiar y cre­cer juntos, compartiendo los frutos de nuestra práctica. Cuando seamos felices como pareja, cuando la com­prensión y la armonía estén presentes, nos resultará fá­cil extender nuestra felicidad y alegría a mucha gente. Esta práctica es válida también para aquellos que llevan casados diez o veinte años. Tú también puedes matri­cularte en nuestro Instituto y continuar desarrollando la práctica de vivir concientemente aprendiendo de tu pareja. Es posible que tengas la impresión de saberlo todo sobre tu esposa, pero no es cierto. Los físicos lle­van años investigando el electrón y todavía no pueden afirmar conocerlo por completo. ¿Cómo puedes, pues, creer que lo sabes todo sobre un ser humano? Cuando conduces el coche, si sólo prestas atención a tus pensa­mientos, estás ignorando a tu esposa. Si continúas tra­tándola de ese modo, morirá poco a poco. Necesita tu atención, que la cuides como si fuera una flor, que te ocupes de ella.
Cuando las cosas se ponen difíciles, tendemos a pensar en el divorcio. En lugar de esto, espero que te esfuerces en conservar tu matrimonio, en volver a tu esposa con más armonía y comprensión. Muchas per­sonas que se han divorciado tres o cuatro veces siguen todavía cometiendo los mismos errores. Si te tomas el tiempo de abrir la puerta de la comunicación, la puerta de tu corazón, y compartir los sufrimientos y los sue­ños con tu pareja, no sólo lo estás haciendo por los dos, sino también por tus hijos y por todos nosotros.
En Plum Village practicamos cada semana una ce­remonia denominada Empezar de Nuevo. En el Insti­tuto para la Felicidad de Una Persona también la prac­ticaremos. Durante la ceremonia, todas las personas de la comunidad se sientan formando un círculo, en el centro hay un jarrón con flores frescas. Mientras espe­ramos que alguien empiece a hablar, seguimos nuestra respiración. La ceremonia consta de tres partes: la de regar las flores, la de expresar nuestro arrepentimiento y, finalmente, la de expresar las heridas y las dificulta­des. Esta práctica evita que nuestras heridas se vayan acumulando a lo largo de las semanas y contribuye a sanear la situación en la familia o en la comunidad.
Empezamos regando las flores. Cuando alguien se siente preparado para empezar a hablar, une sus pal­mas, los demás también hacen lo mismo para dar a en­tender que tiene derecho a la palabra. Después se le­vanta, se dirige lentamente hacia las flores, coge el jarrón en sus manos y vuelve a su asiento. Al hablar, sus palabras reflejan el frescor y la belleza de las flores que sostiene con sus manos. Durante la práctica de regar las flores, cada persona que habla reconoce las sanas y ma­ravillosas cualidades de los demás. No se trata de adu­lar, siempre decimos la verdad. Cada persona tiene sus puntos positivos que pueden percibirse si se presta atención. Nadie puede interrumpir a la persona que sostiene las flores. Puede hablar todo el tiempo necesa­rio, mientras los demás hacen la práctica de escuchar profundamente. Cuando ha terminado de hablar, se le­vanta y coloca de nuevo el jarrón en el centro de la ha­bitación.
En la segunda parte de la ceremonia expresamos nuestro arrepentimiento por cualquier cosa que haya­mos hecho y que pueda haber herido a alguien. Una sola frase desconsiderada ya es suficiente para herir a una persona. La ceremonia de Empezar de Nuevo nos ofrece la oportunidad de arrepentimos por alguna ac­ción cometida a principios de semana y repararla. En la tercera parte de la ceremonia expresamos de qué dife­rentes maneras nos han herido los demás. Es crucial manifestarlo afectuosamente. Nuestro propósito no es el de herir a la comunidad, sino el de curarla. Hablamos con franqueza, pero sin pretender ser destructivos. La meditación de escuchar es una parte importante de la práctica. Cuando nos sentamos en un círculo de amigos en el cual todos hacen la práctica de escuchar profunda­mente, nuestras palabras se vuelven más bellas y cons­tructivas. Nunca culpamos a los demás ni discutimos.
Es crucial escuchar compasivamente. Escuchamos con el deseo de aliviar el sufrimiento de la otra persona, no para juzgarla o discutir con ella. Lo hacemos con toda nuestra atención. Incluso en el caso de oír algo que no es verdad, continuamos escuchando profunda­mente para que la otra persona pueda expresar su do­lor y liberar su tensión interna. Si le contestásemos o la corrigiésemos, la práctica no produciría ningún fruto. Por lo tanto, simplemente escuchamos. Si necesitamos decir a la otra persona que la impresión que ha recibido no era correcta, lo hacemos unos días más tarde, en privado y con serenidad. Después, en la próxima sesión de Empezar de Nuevo, puede rectificar el error sufrido sin necesidad de añadir nada más.
Cerramos la ceremonia con una canción o dándo­nos la mano con las personas del círculo y respirando durante un minuto. Algunas veces la finalizamos con la meditación del abrazo. Después siempre nos senti­mos más alegres y serenos, aunque sólo hayamos dado un primer paso hacia la curación. Ahora tenemos la certeza de que al haber empezado, podremos conti­nuar. La práctica de Empezar de Nuevo se remonta a la época de Buda. Sus comunidades de monjes y monjas la practicaban en la víspera de los días de luna llena o luna nueva.
La meditación del abrazo es una práctica inventada por mí. La primera vez que aprendí a abrazar fue en Atlanta, en 1966, cuando una poeta me paró en el aero­puerto y me preguntó: «¿Es correcto abrazar a un mon­je budista?». En mi país no solemos expresarnos de esta forma en público, pero pensé: «Soy un maestro zen. Hacerlo no debería significar para mí ningún proble­ma». Así que contesté: «¿Por qué no?», y ella me abrazó. Pero me sentí algo tenso. Ya en el avión decidí que si quería trabajar con mis amigos occidentales, tendría que aprender la cultura de Occidente, así que inventé la meditación del abrazo.
La meditación del abrazo es una combinación de Oriente y Occidente. Según la práctica, debes abrazar realmente a la persona que estás abrazando. Sentirla de verdad entre tus brazos, no hacerlo sólo para cubrir las apariencias dándole unas palmaditas en la espalda para dar la impresión de que estás allí, sino respirando con- cientemente y abrazándola con todo tu cuerpo, espíritu y corazón. «Cuando inspiro, sé que la persona a la que quiero está con vida entre mis brazos. Cuando espiro, sé que para mí es muy valiosa.» Mientras la abrazas e inspiras y espiras tres veces, la persona que estás abra­zando se vuelve real, y tú también te vuelves muy real. Cuando quieres a alguien, deseas que sea feliz. Si no es feliz, tú tampoco puedes serlo. La felicidad no es un asunto individual. El auténtico amor requiere una pro­funda comprensión. En realidad, la palabra amor equi­vale a comprensión. Sin comprensión es imposible amar correctamente. Si no tienes comprensión tu amor sólo hará sufrir a la otra persona.
En el sudeste de Asia hay mucha gente a la que le gusta mucho un espinoso fruto de gran tamaño llama­do durian. Incluso podría decirse que no pueden vivir sin él. Su aroma es sumamente penetrante, y algunas personas después de comerlo ponen su piel bajo la cama para continuar aspirando su aroma. Sin embar­go, a mí su aroma me parece horrible.
Cierto día, cuando cantaba solo un sutra en mi tem­plo de Vietnam, había un durian en el altar, ofrecido sin duda a Buda. Yo intentaba recitar el Sutra del Loto utili­zando un tambor de madera y una gran campana en forma de cuenco como acompañamiento, pero no con­seguía concentrarme. Al final, acabé colocando la cam­pana sobre el altar y encerrando el durian en su interior, sólo de ese modo pude cantar el sutra a gusto. Al finali­zar, me incliné ante Buda y liberé el durian. Si tú me dijeras: «Te quiero tanto que me gustaría que comieses un pedazo de este durian», me harías sufrir. Me quieres, deseas hacerme feliz, pero me obligas a comer un durian. Esto puede servir como ejemplo del resultado de amar sin una auténtica comprensión. Tu intención ha sido buena, pero tu comprensión es incorrecta.
Para amar de verdad, debes tener comprensión. Comprensión significa percibir la profundidad de la oscuridad, del dolor y del sufrimiento de la otra perso­na. Si no lo percibes, cuanto más hagas por ella, más sufrirá. Crear felicidad es todo un arte. Si durante tu infancia has visto cómo tu padre o tu madre creaban felicidad en tu familia, has podido aprender cómo ha­cerlo. Pero si tus padres no han sabido cómo crear feli­cidad en la familia, es posible que lo ignores. Por eso, en nuestro Instituto hemos de enseñar el arte de hacer fe­liz a la gente. Vivir con otra persona es todo un arte. Aunque tengas buena voluntad, puedes hacer muy in­feliz a tu pareja. El arte es la esencia de la vida, por lo tanto debemos utilizar con habilidad nuestras palabras y acciones. Y la esencia de este arte es ser consciente.
Cuando te enamoras y te sientes unido afectiva­mente a la otra persona, no es aún el amor verdadero. El amor verdadero significa ser bondadoso y compasi­vo, la clase de amor que no pone condiciones. Formas una comunidad con dos personas para practicar el amor, cuidando el uno del otro, ayudando a florecer a tu pareja y haciendo que en esa pequeña comunidad la felicidad se vuelva real. Mediante vuestro mutuo amor, aprendiendo el arte de hacer feliz a la otra persona, apren­des a expresar tu amor hacia toda la comunidad de se­res. Por favor, ayúdanos a desarrollar el curriculum del Instituto para la Felicidad de Una Persona. No esperes a que abramos la escuela. Ya puedes empezar en este mismo instante.

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