A partir de los treinta años, por lo general, empiezas a notar que tienes pequeños olvidos y aunque estos pequeños olvidos no afectan nuestra vida, nos producen ansiedad.
Con terror, pensamos que el cerebro empieza a convertirse en gelatina y nos preocupa quedar como la tía Anastasia,que recuerda con lujo de detalle todo acerca de su niñez en Morelia, pero no puede acordarse de lo qué hizo ayer oesta misma mañana.Si esto te suena familiar, no te preocupes, hay esperanza. Existen muchos mitos en los que las personas equivocadamente relacionamos la edad con la falta de memoria.
Los neurocientíficos han comprobado que la pérdida de memoria de corto plazo no se debe a la edad o a que las neuronas se mueran y no se regeneren, sino a la reducción del número de conexiones entre sí de las neuronas o dentritas (ramas de las neuronas).
Esto sucede por una sencilla razón: falta de uso. Es muy sencillo, así como se atrofia un músculo sin uso, las dentritas también se atrofian si no se conectan con frecuencia, y la habilidad del cerebro para meter nueva información se reduce. Es cierto, el ejercicio ayuda mucho a alertar la mente; también hay vitaminas y medicinas que aumentan y fortalecen la memoria. Sin embargo, nada como hacer que nuestro cerebro fabrique su propio alimento: las neurotrofinas que producen y secretan las células nerviosas, y actúan como alimento para mantenerse saludables.
Lo que necesitamos es hacer pilates con las neuronas: estirarlas, sorprenderlas, sacarlas de su rutina, presentarles novedades inesperadas y divertidas a través de las emociones, del olfato, la vista, el tacto, el gusto y el oído. ¿El resultado? El cerebro se vuelve más flexible, más ágil y su capacidad de memoria aumenta.
Te recomendamos algunos ejercicios para expandir tus dentritas y fomentar su producción:
Intenta, por lo menos, una vez por semana ducharte con los ojos cerrados. Sólo con el tacto, localiza las llaves, ajusta la temperatura del agua, busca el jabón, el shampoo o crema de afeitar. Verás cómo tus manos notarán texturas que nunca habías percibido.
Utiliza la mano NO dominante. Come, escribe, abre la pasta, lávate los dientes, abre el cajón con la mano que más trabajo te cueste usar.
Lee en voz alta. Se activan distintos circuitos que los que usas para leer en silencio.
Cambia tus rutas toma diferentes caminos para ir al trabajo o a tu casa.
Modifica tu rutina. Haz cosas diferentes. Sal, conoce y conversa con personas de diferentes edades, trabajos e ideologías. Experimenta lo inesperado. Usa las escaleras en lugar del ascensor. Sal al campo, camínalo, huélelo.
Mejora la ubicación de algunas cosas. Al saber dónde está todo, el cerebro ya construyó un mapa. Cambia, por ejemplo el lugar del bote de la basura; verás la cantidad de veces que arrojas el papel al viejo lugar.
Aprende una habilidad. Cualquier cosa; puede ser fotografía, cocina, yoga, estudia un nuevo idioma. Si te gusta hacer rompecabezas o coches tápate un ojo para que pierdas la percepción de la profundidad, por lo que el cerebro tendrá que confiar en otras vías.
Identifica objetos como monedas. Pon en tu coche una taza con varias monedas diferentes y tenlas a la mano para que, mientras estás en el alto del semáforo, con los dedos trates de identificar la denominación de cada una.¿Por qué no abrimos la mente y probamos estos ejercicios tan sencillos que, de acuerdo a los estudios de Neurobiología del Duke University Medical Center, amplían nuestra memoria? y con suerte, nunca más volveremos a preguntar: ¿Dónde dejé mis llaves?.
Por: Adriana González
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