sIN EVASIÓN, SIN PROBLEMAS
Ya tenemos todo lo que necesitamos, así que no hay necesidad de superarse. Todas esas películas que nos acabamos creyendo —el miedo terrible a que somos malos y la esperanza de que somos buenos, las identidades a las que nos aferramos con tanto cariño, la rabia, los celos y las adicciones de todo tipo— nunca afectan nuestra riqueza fundamental. Son como nubes que temporalmente ocultan el sol, pero nuestro brillo y calidez están ya aquí mismo. Somos realmente así y solo nos separa un pestañeo del estado completamente despierto.
Vernos de esta manera es muy diferente de lo habitual. Desde esta perspectiva no necesitamos cambiar, pues podemos sentirnos tan desgraciados como queramos y seguiremos siendo, con todo, buenos candidatos para la iluminación, el despertar espiritual. Podemos sentirnos como la mayor piltrafa del mundo, pero esa sensación es nuestra riqueza, y no algo de lo que tengamos que deshacernos o que tengamos que superar. Todo ese material maloliente que tanto nos disgusta y desagrada profundamente tiene su parte de riqueza. Las cosas agradables —lo que nos encanta de nosotros mismos, lo que nos hace sentir cierto orgullo o inspiración — forman parte también de nuestra riqueza.
Con las prácticas que se presentan en este libro, podemos empezar exactamente donde estamos. Si alguien se siente enfadado, incapaz y necesitado, o deprimido, las prácticas que aquí se describen fueron pensadas para él, porque le alentarán a usar todas las cosas no deseadas de la vida como medios para despertar la compasión por sí mismo y por los demás. Estas prácticas nos muestran cómo aceptarnos, cómo relacionarnos directamente con el sufrimiento, cómo dejar de evadirnos de los aspectos dolorosos de nuestras vidas. Nos muestran cómo trabajar de corazón con la vida tal y como es.
Cuado escuchamos hablar acerca de la compasión, nos viene naturalmente a la mente trabajar con los demás, atender sus necesidades. La razón por la que a menudo no estamos disponibles para los demás —tanto si se trata de nuestro hijo, nuestra madre, alguien que nos insulta o alguien que nos da miedo— es que no estamos disponibles para nosotros mismos. Hay aspectos de nosotros mismos que nos resultan tan detestables que siempre que empiezan a aparecer nos evadimos.
Como nos evadimos, seguimos perdiendo la oportunidad de estar presente, de estar aquí y ahora. Nos seguimos perdiendo el momento en el que estamos. Pero cuando somos capaces de sentir el momento en el que estamos, descubrimos que es único, precioso y totalmente nuevo; nunca se repite. Uno puede apreciar y celebrar cada momento. No hay nada más sagrado, no hay nada más inmenso o absoluto. De hecho, ¡no hay nada más!
Solo en la medida en que hemos llegado a conocer nuestro propio dolor, solo en la medida en que nos hemos relacionado con él, seremos lo suficientemente valientes, intrépidos y guerreros como para estar dispuestos a sentir el dolor ajeno. En esa misma medida seremos capaces de tomar el dolor ajeno porque habremos descubierto que su dolor y el nuestro no son diferentes.
Sin embargo, para hacerlo, necesitamos toda la ayuda de que podamos disponer. Espero que este libro proporcione esa ayuda. Las herramientas que se ofrecerán son tres prácticas de apoyo:
- la meditación sentada básica llamada meditación shámatha-vipáshyana.
- La práctica de tomar y dar llamada tonglen.
- La práctica de trabajar las máximas llamada los siete puntos del entrenamiento mental, o lojong .
Todas estas prácticas despiertan la confianza en que la sabiduría y la compasión que necesitamos ya están dentro de nosotros. Nos ayudan a conocernos: nuestras asperezas y nuestras suavidades, nuestra pasión, agresión, ignorancia y sabiduría. El motivo de que la gente haga daño a otra gente, la razón por la que el planeta está contaminado y a las personas y a los animales no les vaya tan bien hoy en día, es que las personas no se conocen ni se aman lo suficiente, no confían en sí mismas. La técnica de meditación sentada llamada shámatha-vipáshyana —"tranquilidad-lucidez"— es como una llave dorada que nos ayuda a conocernos.
LA MEDITACIÓN SHÁMATHA-VIPÁSHYANA
En la meditación shámatha-vipáshyana, nos sentamos derechos con las piernas cruzadas, los ojos abiertos y las manos reposando sobre los muslos. Después simplemente tomamos conciencia de nuestra exhalación. Se requiere precisión para estar presente con la exhalación. Por otro lado, es algo extremadamente relajado y suave. Decir "toma consciencia de la exhalación" es lo mismo que decir "permanece totalmente presente", "permanece aquí y ahora con cualquier cosa que esté pasando". Al estar conscientes de la exhalación, podemos también estar conscientes de otras cosas que ocurren, como los sonidos de la calle o la luz reflejada en las paredes. Estas cosas pueden atraer nuestra atención ligeramente, pero no necesariamente sacarnos de lo que estamos haciendo. Podemos seguir sentados aquí mismo, conscientes de la exhalación.
Sin embargo, estar con la respiración es solo una parte de la técnica. La otra parte son esos pensamientos que atraviesan continuamente nuestra mente, pues estamos ahí sentados hablándonos a nosotros mismos. La instrucción dice que cuando nos damos cuenta de que hemos estado pensando, lo rotulamos "pensamientos". Es decir, cuando nuestra mente divaga, nos decimos a nosotros mismos "pensamientos". Tanto si nuestros pensamientos son violentos, como si son apasionados o llenos de ignorancia y rechazo, tanto si los pensamientos son de preocupación y temor, como si son pensamientos espirituales, pensamientos gratificantes sobre lo bien que lo estamos haciendo, pensamientos reconfortantes o pensamientos que nos levantan el ánimo, sean cuales sean nuestros pensamientos, sin juicio ni severidad algunos, simplemente los rotulamos todos como "pensamientos"; y lo hacemos con honestidad y cariño.
La percepción de la respiración es ligera, pues solo un veinticinco por ciento de la atención está en ella. No nos aferramos a ella ni nos obsesionamos con ella. Nos estamos abriendo y permitiendo que el aliento se mezcle con el espacio de la habitación, dejando simplemente que el aliento salga al espacio. Después ocurre algo así como una pausa, una interrupción, hasta que se produce la siguiente exhalación. Mientras inspiramos puede haber una sensación de simple apertura y espera. Es como tocar el timbre de la puerta y esperar a que alguien responda. Después tocamos el timbre de nuevo y esperamos a que alguien responda. Tras lo cual es probable que la mente divague y que reconozcamos que estamos pensando otra vez, en ese momento se usa la técnica del rotulado.
Es importante ser fiel a la técnica. Si uno percibe que su rotulado tiene un tono áspero, negativo, como si estuviera diciendo "¡mierda!", eso indica que se está mortificando. Entonces ha de rotular de nuevo y relajarse. No se trata de intentar abatir los pensamientos como si del tiro al plato se tratase. En su lugar, seamos cariñosos y usemos la parte de rotulado de la técnica para cultivar suavidad y compasión por nosotros mismos. Todo lo que surja en el ruedo de la meditación está bien. De lo que se trata es de verlo con honestidad y entablar amistad con ello.
Aunque nos avergüence y nos duela, dejar de escondernos de nosotros mismos nos sana, pues es curativo conocer todas nuestras artimañas, nuestros escondrijos y todas las maneras en que nos paralizamos, rechazamos, cerramos a cal y canto, criticamos a los demás y todas nuestras rarezas. Podemos reconocer todo eso con cierto sentido del humor y bondad. Conociéndonos a nosotros mismos, llegamos a conocer la condición humana en general. Todos nos enfrentamos a estas cosas. Todos estamos en el mismo barco. De modo que, cuando nos percatemos de que estamos hablando con nosotros mismos, etiquetémoslo "pensamientos" y démonos cuenta de nuestro tono de voz. Dejemos que este sea compasivo, cariñoso y lleno de humor. Estaremos entonces cambiando viejas tendencias estancadas que compartimos con toda la raza humana. La compasión por los demás comienza con la bondad hacia sí mismo.
LA PRÁCTICA DE LOJONG
La médula de este libro es la práctica y las enseñanzas de lojong. La práctica de lojong —o "entrenamiento mental"— consta de dos elementos: la práctica, que es la meditación tonglen, y la enseñanza, que viene en forma de máximas.
La idea fundamental del lojong es que podemos hacernos amigos de lo que rechazamos, de lo que vemos como "malo" en nosotros mismos y en los demás. Al mismo tiempo, podemos empezar a ser generosos con lo que valoramos, lo que vemos como "bueno". Si empezamos a vivir de esta manera, algo en nosotros que puede haber estado oculto durante mucho tiempo empieza a manifestarse. Tradicionalmente, este "algo" se llama bodhichitta, o "corazón despierto". Es algo que, aunque ya lo tenemos, por lo general no lo hemos descubierto todavía.
Es como si fuéramos pobres y estuviéramos sin hogar, hambrientos y pasando frío y, sin saberlo, justo bajo el suelo donde dormimos cada noche hubiera un caldero de oro. Ese oro es como el bodhichitta. Nuestra confusión y padecimiento tienen su origen en el desconocimiento de que el oro ya está aquí, y en el hecho de que siempre lo estamos buscando en otro lugar. Cuando hablamos acerca de la alegría, de la iluminación, del despertar o de despertar el bodhichitta, todo eso quiere decir que sabemos que el oro está aquí, y nos damos cuenta de que siempre ha sido así.
El mensaje fundamental de las enseñanzas del lojong es que, cuando hay dolor, podemos aprender a no perder las riendas y acercarnos a ese dolor. Podemos invertir la tendencia habitual que consiste en partir, en evadirse. Vayamos a contrapelo y no perdamos las riendas. El lojong nos presenta una actitud diferente hacia lo no deseado: si es doloroso, estamos dispuestos no solo a soportarlo, sino también a permitir que nos despierte el corazón y nos ablande. Aprendemos a abrazarlo.
Cuando una experiencia es agradable o placentera, normalmente queremos atraparla y prolongarla; tememos que llegue a su fin y no nos apetece compartirla. Sin embargo, cuando disfrutamos de lo que estamos experimentando, las enseñanzas del lojong nos animan a pensar en los demás y a desear que lo disfruten también. Compartamos la riqueza; seamos generosos con nuestra alegría; demos lo que más queremos. Compartamos nuestros descubrimientos y lo que nos produce placer. En lugar de temer que se nos escapen y aferrarnos a ellos, compartámoslos.
Mediante la práctica de lojong llegamos a percibir cómo permitir que nuestra experiencia, tanto si es dolorosa como placentera, sea como es sin intentar manipularla, apartarla o aferrarse a ella. Los aspectos placenteros y los aspectos dolorosos de la experiencia humana se convierten en la clave para despertar el bodhichitta.
Hay un dicho que es el principio subyacente de la práctica de tonglen y del trabajo con las máximas: Ganancia y victoria para los demás, pérdida y derrota para mí. La palabra tibetana para orgullo o arrogancia es nga-gyal, que se traduce literalmente como "yo-victorioso". Yo en primer lugar; ego. Esa clase de "yo-victorioso" es la causa de todo sufrimiento.
Lo que viene a decir este pequeño dicho es, en esencia, que palabras como "victoria" y "derrota" están totalmente entretejidas con la manera en que nos protegemos, en que custodiamos nuestros corazones. Nuestra sensación de victoria significa simplemente que hemos custodiado nuestro corazón lo suficiente como para que nada pueda tocarlo, y entonces pensamos que hemos ganado la guerra. La armadura que rodea nuestro punto débil, nuestro corazón herido, está ahora más fortificada y nuestro mundo se ha empequeñecido. Es posible que nada nos llegue a asustar durante toda una semana, pero nuestro valor se debilita y nuestro sentimiento de cariño hacia los demás se está apagando completamente. ¿Hemos ganado realmente la guerra?
Por otro lado, nuestra sensación de derrota indica que algo nos llegó. Algo tocó nuestro punto débil, esta vulnerabilidad que hemos mantenido blindada desde hace siglos. Quizá fue solo el contacto de una mariposa, pero nunca antes nos habían tocado ahí. Fue tan tierno. Como nunca habíamos sentido esto, salimos ahora a comprar candados, una armadura y pistolas para no sentirlo otra vez. Nos vale cualquier cosa: siete pares de botas que encajan unas dentro de otras para que no tengamos que sentir el terreno, doce máscaras para que nadie pueda ver nuestra verdadera cara, diecinueve armaduras completas para que nada pueda tocar nuestra piel, y menos aún nuestro corazón.
Estas palabras, "derrota" y "victoria", tienen mucho que ver con la manera en que permanecemos encadenados. No saber que poseemos una riqueza ilimitada es la causa real de la confusión, y la confusión se agudiza cada vez que nos creemos esta lógica de que si me tocas, he perdido, y si me las arreglo para acorazarme y no ser tocado, he ganado.
Darnos cuenta de nuestra riqueza acabaría con nuestro desconcierto y confusión. Pero la única manera de hacerlo es dejar que las cosas se desmoronen, y eso es precisamente lo que más nos horroriza, es el colmo de la derrota. Y, sin embargo, dejar que las cosas se desmoronen es lo que dejaría entrar el aire fresco en este viejo y decaído sótano que es el corazón que tenemos.
Decir "pérdida y derrota para mí" no significa convertirse en masoquista: "Patéame la cabeza, tortúrame y, querido Dios, que nunca sea yo feliz". Lo que significa es que podemos abrir nuestro corazón y mente y conocer qué se siente en la derrota.
Sientes que eres demasiado baja, tienes indigestión y te ves gordita y muy estúpida. Te dices a ti misma: "Nadie me quiere, siempre me dejan sola. No tengo dientes, mi pelo está llenándose de canas y mi piel de manchas. Estoy sollozando". Todo ello encaja dentro de la derrota, la derrota del ego. Siempre estamos queriendo ser quienes no somos. Sin embargo, no podremos conectar nunca con nuestra riqueza fundamental mientras sigamos tragándonos ese despliegue publicitario que nos dice que tenemos que ser otra persona, que tenemos que oler diferente o tener un aspecto distinto.
Por otro lado, cuando decimos "la victoria para los demás", en vez de querer mantenerla, estamos compartiendo los aspectos agradables de nuestra vida. De hecho, has perdido algo de peso. En realidad te gusta mirarte en el espejo. De pronto sientes que tienes una voz agradable. Alguien se enamora de ti o tú te enamoras de alguien. O quizá cambia la estación del año y eso te conmueve, comienzas a darte cuenta de la nieve o de la manera en que se mecen los árboles con el viento. Con cualquier cosa que deseemos, comenzamos a sentir que queremos compartirla, en vez de tacañería o temor a perderla.
Es posible que las máximas supongan un desafío para nosotros. Dicen cosas como No seas envidioso y uno se pregunta cómo es que lo saben; o bien Sé agradecido con todos y uno se pregunta cómo hacerlo o por qué molestarse. Algunas máximas, tales como Medita siempre en aquello que provoca resentimiento, nos exhortan a trascender el sentido común. Estas máximas no siempre son el tipo de cosas que uno desearía escuchar, pero si las trabajamos se convertirán en nuestra respiración, nuestra visión, nuestro primer pensamiento. Se convertirán en los olores que olemos y en los sonidos que escuchamos. Podemos dejar que impregnen todo nuestro ser. De eso se trata. Estas máximas no son teóricas ni abstractas. Se refieren exactamente a lo que somos y a lo que nos está pasando. Son totalmente relevantes en lo concerniente a la manera en que experimentamos las cosas y en que nos relacionamos con lo que ocurre en nuestras vidas. Se refieren a nuestra relación con el dolor, el miedo, el placer y la alegría, así como a la manera en que esas cosas pueden transformarnos totalmente, de pies a cabeza. Cuando trabajamos las máximas, la vida cotidiana se convierte en la senda del despertar.
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