Reflexión
Si tienes una semilla de una planta amarga y una semilla de una planta dulce, y las siembras una junto a la otra, y le das similares cuidados, las riegas con la misma agua, te aseguras que reciban el mismo sol, el mismo abono, y el mismo cariño de jardinero, vas a tener después de un tiempo dos plantas maduras. Pero pese a los cuidados similares que les diste, vas a tener dos plantas muy diferentes: una dulce y la otra amarga: ¿Tuvo la planta dulce mejor suerte que la amarga? ¿Mejor karma quizás… un karma dulzón comparado con el de la planta amarga? La planta es sin duda afectada por los elementos que entraron en contacto con su semilla, pero la naturaleza de la planta proviene de la naturaleza de la semilla. Puedes rezar miles de "Padre Nuestros" o de "Om Mani Padme Hum" y la planta amarga seguirá siendo amarga, y la planta dulce seguirá siendo dulce. Así es la naturaleza. Es una obviedad… ¿O no tanto?
En nuestra vida, momento a momento, segundo a segundo, vamos sembrando semillas a través de nuestro pensamiento, nuestras palabras y nuestras acciones. La semilla en este caso es la motivación que guía lo que hacemos momento a momento. Todos queremos en nuestra vida ver crecer fabulosas plantas de amor, de alegría, amistad y prosperidad, pero qué poco nos detenemos a revisar si estamos sembrando las semillas acordes a nuestras expectativas. Pasa el tiempo y nuestra mente y nuestro entorno se vuelve a veces un caos: dudas, miedos, angustia, depresión, malas relaciones con los demás… gritamos al cielo “¡por qué a mí, señor! ¡Qué injusta es la vida con la gente buena!”. Y en vez de vernos a nosotros mismos y preguntarnos qué semillas sembramos, nos acordamos de Dios y le pedimos que lo solucione todo, es decir, que me dé lo que yo quiero, y si no, incluso lo amenazo con no creer en él. Si Dios escucha esto, me lo imagino lejos de inmutarse por nuestras peticiones y amenazas. Mirándonos pacientemente en un suspiro eterno debe estar pensando… “¿Cuándo empezarán a elegir bien lo que siembran?”
La fe ciega espera que de la semilla amarga salgan frutos dulces, como en un acto de magia. La fe madura fundada en la experiencia personal y en la propia práctica espiritual cotidiana genera la claridad de poder discernir qué semillas sembrar y el fuego de la motivación necesaria para transformar nuestro potrero de malezas en un jardín hermoso donde lleguen las abejas y los picaflores a disfrutar y a trabajar. Cada día es tiempo de afinar la mirada, de elegir bien las semillas, y cuidar de nuestro huerto. Nadie más lo va a hacer por nosotros.
Práctica
Simplemente por ser miembro de la raza humana, nuestras conciencias contienen potencialmente todo tipo de semillas, tanto positivas como negativas. Como escribió famosamente el dramaturgo Terencio hace dieciocho siglos, “hombre soy, nada humano me es ajeno”. Todos tenemos en nuestro ser semillas de paz, honestidad, felicidad, generosidad, sabiduría, confianza, disciplina, integridad, humildad, y también todos tenemos semillas de violencia, codicia, ignorancia, miedo, tristeza, y muchas otras semillas negativas. Las semillas que más hemos sembrado a través de nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones son las que más han germinado a nivel consciente, y las plantas que más hemos regado y nutrido –a través de lo que ingerimos a nivel físico y mental-, naturalmente son las que van tomando mayor espacio en nuestra conciencia. Tal como en la naturaleza, son las plantas más desarrolladas las que tienen más opciones de seguirse multiplicando, sean positivas o negativas.
El Buda ofreció cuatro prácticas básicas al respecto para transformar nuestro jardín. Primero, a las semillas negativas que no han germinado, no les des opciones de germinar, déjalas en terreno rocoso. Por ejemplo, si no eres adicto al cigarro, mejor no te fumes el primero. Segundo, las semillas negativas que ya han germinado en planta, deja de alimentarlas. Por ejemplo, si en tu mente predomina la agresividad impulsiva, disminuye de tu dieta física y mental alimentos que rieguen esa semilla: cuida los programas que ves, las conversaciones que tienes, las páginas web que miras, y disminuye el consumo de carne, en cuya producción hay una inmensa cantidad de agresividad acumulada. Tercero, para las semillas positivas que aun no han germinado, prepara un terreno apropiado donde puedan surgir. Por ejemplo, si tu capacidad de estar realmente presente es escasa, comienza por dejar un par de minutos al día para cultivarla a través de la meditación. Y por último, la cuarta práctica: A las semillas positivas ya creciendo en tu conciencia como plantas, síguelas nutriendo a través de todos los medios posibles.
Te darás cuenta de que, tal como en la naturaleza, las plantas sanas después de un tiempo “prenden”, y siguen creciendo sin que haya que hacer gran esfuerzo, sencillamente porque están alineadas con la ley natural. Así mismo puede ser para el humano: podemos “prender” y crecer frondosamente alineados con la ley natural, que en último término es el amor y la comprensión en todas sus manifestaciones.
Amigo, amiga, ¿qué semillas sembrarás esta semana
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