¿A qué se debe la intuición? ¿Por qué a veces creemos tener premoniciones? ¿Cómo nos damos cuenta de que en ocasiones estamos siendo observados? El bioquímico Rupert Sheldrake, autor de la Teoría de los Campos Mórficos, aborda los aspectos más ocultos de la mente en su último libro "El séptimo sentido: la mente extendida". Sus ideas transgresoras vuelven a crear polémica ante la ciencia más ortodoxa.
Los avances que ha experimentado la ciencia en este último siglo no tienen precedentes en la historia. La biología, la física, la medicina han obtenido logros hasta hace poco impensables. Sin embargo, nuestros conocimientos sobre el cerebro y la mente son todavía muy limitados. Nadie sabe con certeza qué parte de nuestro cerebro utilizamos, ni cuáles son sus límites, si es que los tiene. Francis Crick, codescubridor del ADN y una de las máximas autoridades en redes neuronales, reconocía hace poco lo primitivo que es todavía nuestro conocimiento sobre las distintas partes del cerebro. Resulta paradójico que lo que nos diferencia como seres humanos, resulte ser una de las últimas fronteras de la ciencia.
La memoria colectiva
Uno de los investigadores que se ha aventurado en el mundo de la mente sin recorrer los caminos más ortodoxos de la ciencia es el bioquímico británico Rupert Sheldrake. Lleva más de dos décadas estudiando el complejo mundo de la mente y en 1981 publicó "Una nueva ciencia de la vida", donde explicaba una de las hipótesis más revolucionarias de la biología contemporánea: la de la Resonancia Mórfica. En ella hablaba de la idea de que las mentes de todos los individuos de una especie -incluido el hombre- se encontraban unidas y formando parte de un mismo campo mental planetario. Ese campo mental -al que denominó morfogenético- afectaría a las mentes de los individuos y las mentes de estos también afectarían al campo. "Cada especie animal, vegetal o mineral posee una memoria colectiva a la que contribuyen todos los miembros de la especie y a la cual conforman", afirma Sheldrake. De este modo si un individuo de una especie animal aprende una nueva habilidad, les será más fácil aprenderla a todos los individuos de dicha especie, porque la habilidad "resuena" en cada uno, sin importar la distancia a la que se encuentre. Y cuantos más individuos la aprendan, tanto más fácil y rápido les resultará al resto.
La teoría de Sheldrake sostiene que la mente no es tan sólo la actividad del cerebro, sino que éste es el sustento físico a través del cual se puede manifestar la mente.
A su vez todos incorporarán su habilidad a la memoria colectiva de su especie, engrosándola e incrementando así su influencia. Eso explicaría un gran número de procesos que se dan en la naturaleza que aunque cotidianos, distan mucho de ser explicados. Un ejemplo es la evolución de determinados animales que aunque se han desarrollado en continentes diferentes durante millones de años, poseen características similares. También la hipótesis explicaría cómo adquieren los animales sus instintos, incluidas las complejísimas habilidades que muestran muchos ya de recién nacidos. "Cada vez debería resultar más fácil aprender a ir en bicicleta, a conducir un automóvil, a tocar el piano o a utilizar una máquina de escribir, a causa de la resonancia mórfica acumulada por la gran cantidad de gente que ya ha adquirido esas habilidades". En el terreno ético las implicaciones tendrían la misma dimensión: "de acuerdo con la resonancia mórfica, nuestras ideas y actitudes pueden influir a distancia sobre otras personas sin que ni ellas ni nosotros lo sepamos", afirma el científico.
Mente, más que cerebro
Tras la publicación de la Hipótesis de la Resonancia Mórfica, Sheldrake realizó a lo largo de los años numerosos experimentos sobre la mente que le han ayudado a desarrollar una nueva teoría, la Teoría de la Mente Extendida, publicada en su último libro El séptimo sentido: la mente extendida. En la teoría se sostiene una idea que cada vez perciben más investigadores: que la mente no es tan sólo la actividad del cerebro, sino que éste es el sustento físico a través del cual se puede manifestar la mente. Sheldrake incluso va más allá al afirmar que la mente no se encuentra confinada en el cerebro sino que se extiende hacia el mundo que le rodea. Esa proyección mental afectaría e influiría en el mundo y a su vez sería influido por él. La mente por tanto, tendría un poder muy superior a lo que pudiéramos imaginar.
Esa proyección mental se manifestaría según Sheldrake en cualidades como la telepatía, la premonición o la sensación de ser observado, a las que denomina séptimo sentido.
Al profundizar en la idea de que la mente no está confinada en el interior de la cabeza sino extendida hacia fuera, se deducen muchas conclusiones. Por ejemplo, que las imágenes que tenemos de las cosas no se formarían en la cabeza, sino que estarían justo donde parecen estar. Al estar leyendo esta página, no se estaría formando una imagen de ella dentro del cerebro -como defiende la ciencia ortodoxa-, sino que nuestra mente se estaría expandiendo literalmente hacia la página formando una imagen justo donde está. Nuestras mentes se extienden para "tocar" lo que miramos o lo que pensamos, es decir, se extienden hacia personas, lugares y cosas por nuestras necesidades, deseos, odios, ambiciones, etc. La consecuencia es que deberíamos ser capaces de afectar a las cosas sólo con mirarlas o pensar en ellas, algo que Sheldrake prueba en numerosos experimentos. Se ha comprobado por ejemplo, cómo en ocasiones una presa es consciente de que está siendo observada por un depredador antes de que lo pueda ver o percibir por cualquier otro sentido, algo que según esta teoría se explicaría porque ambos están unidos por un mismo campo en el que se afectan. Lo mismo sucedería en el hombre, en el que esto ocurre con más frecuencia cuanto más sensibles sean los individuos y mayor sea su vínculo emocional. En los deportes de equipo como el fútbol, hay jugadores que en ocasiones dicen percibir la intención de sus compañeros de equipo sin necesidad de verlos u oírlos.
Los campos mentales de los grupos sociales ayudan a coordinar los movimientos de los individuos, sean equipos de fútbol, grupos familiares, peces nadando en un banco o pájaros volando en bandadas a los que en ocasiones se les puede ver con sincronizaciones instantáneas. En esos campos mórficos de los grupos sociales es donde Sheldrake encuentra las bases evolutivas de la telepatía. "Miedo, alarma, excitación, llamadas de ayuda (...) todo puede comunicarse telepáticamente. Los ejemplos más espectaculares de telepatía se dan cuando los miembros del grupo están lejos, más allá del alcance de los sentidos conocidos".
Sheldrake nos abre la puerta a un nuevo y revolucionario concepto de mente. Saber que cualidades como la telepatía son naturales y se pueden potenciar entre personas cercanas es apasionante. Pero tener consciencia de que nuestra mente se extiende hacia la vida, quizá lo sea más. Los interrogantes que nos deja son muchos: ¿Se aprende a desarrollar estas capacidades? ¿Cómo afectan mis pensamientos a los demás? O, si las intenciones afectan al futuro, ¿cada uno construye su realidad?
J. M. López
Los avances que ha experimentado la ciencia en este último siglo no tienen precedentes en la historia. La biología, la física, la medicina han obtenido logros hasta hace poco impensables. Sin embargo, nuestros conocimientos sobre el cerebro y la mente son todavía muy limitados. Nadie sabe con certeza qué parte de nuestro cerebro utilizamos, ni cuáles son sus límites, si es que los tiene. Francis Crick, codescubridor del ADN y una de las máximas autoridades en redes neuronales, reconocía hace poco lo primitivo que es todavía nuestro conocimiento sobre las distintas partes del cerebro. Resulta paradójico que lo que nos diferencia como seres humanos, resulte ser una de las últimas fronteras de la ciencia.
La memoria colectiva
Uno de los investigadores que se ha aventurado en el mundo de la mente sin recorrer los caminos más ortodoxos de la ciencia es el bioquímico británico Rupert Sheldrake. Lleva más de dos décadas estudiando el complejo mundo de la mente y en 1981 publicó "Una nueva ciencia de la vida", donde explicaba una de las hipótesis más revolucionarias de la biología contemporánea: la de la Resonancia Mórfica. En ella hablaba de la idea de que las mentes de todos los individuos de una especie -incluido el hombre- se encontraban unidas y formando parte de un mismo campo mental planetario. Ese campo mental -al que denominó morfogenético- afectaría a las mentes de los individuos y las mentes de estos también afectarían al campo. "Cada especie animal, vegetal o mineral posee una memoria colectiva a la que contribuyen todos los miembros de la especie y a la cual conforman", afirma Sheldrake. De este modo si un individuo de una especie animal aprende una nueva habilidad, les será más fácil aprenderla a todos los individuos de dicha especie, porque la habilidad "resuena" en cada uno, sin importar la distancia a la que se encuentre. Y cuantos más individuos la aprendan, tanto más fácil y rápido les resultará al resto.
La teoría de Sheldrake sostiene que la mente no es tan sólo la actividad del cerebro, sino que éste es el sustento físico a través del cual se puede manifestar la mente.
A su vez todos incorporarán su habilidad a la memoria colectiva de su especie, engrosándola e incrementando así su influencia. Eso explicaría un gran número de procesos que se dan en la naturaleza que aunque cotidianos, distan mucho de ser explicados. Un ejemplo es la evolución de determinados animales que aunque se han desarrollado en continentes diferentes durante millones de años, poseen características similares. También la hipótesis explicaría cómo adquieren los animales sus instintos, incluidas las complejísimas habilidades que muestran muchos ya de recién nacidos. "Cada vez debería resultar más fácil aprender a ir en bicicleta, a conducir un automóvil, a tocar el piano o a utilizar una máquina de escribir, a causa de la resonancia mórfica acumulada por la gran cantidad de gente que ya ha adquirido esas habilidades". En el terreno ético las implicaciones tendrían la misma dimensión: "de acuerdo con la resonancia mórfica, nuestras ideas y actitudes pueden influir a distancia sobre otras personas sin que ni ellas ni nosotros lo sepamos", afirma el científico.
Mente, más que cerebro
Tras la publicación de la Hipótesis de la Resonancia Mórfica, Sheldrake realizó a lo largo de los años numerosos experimentos sobre la mente que le han ayudado a desarrollar una nueva teoría, la Teoría de la Mente Extendida, publicada en su último libro El séptimo sentido: la mente extendida. En la teoría se sostiene una idea que cada vez perciben más investigadores: que la mente no es tan sólo la actividad del cerebro, sino que éste es el sustento físico a través del cual se puede manifestar la mente. Sheldrake incluso va más allá al afirmar que la mente no se encuentra confinada en el cerebro sino que se extiende hacia el mundo que le rodea. Esa proyección mental afectaría e influiría en el mundo y a su vez sería influido por él. La mente por tanto, tendría un poder muy superior a lo que pudiéramos imaginar.
Esa proyección mental se manifestaría según Sheldrake en cualidades como la telepatía, la premonición o la sensación de ser observado, a las que denomina séptimo sentido.
Al profundizar en la idea de que la mente no está confinada en el interior de la cabeza sino extendida hacia fuera, se deducen muchas conclusiones. Por ejemplo, que las imágenes que tenemos de las cosas no se formarían en la cabeza, sino que estarían justo donde parecen estar. Al estar leyendo esta página, no se estaría formando una imagen de ella dentro del cerebro -como defiende la ciencia ortodoxa-, sino que nuestra mente se estaría expandiendo literalmente hacia la página formando una imagen justo donde está. Nuestras mentes se extienden para "tocar" lo que miramos o lo que pensamos, es decir, se extienden hacia personas, lugares y cosas por nuestras necesidades, deseos, odios, ambiciones, etc. La consecuencia es que deberíamos ser capaces de afectar a las cosas sólo con mirarlas o pensar en ellas, algo que Sheldrake prueba en numerosos experimentos. Se ha comprobado por ejemplo, cómo en ocasiones una presa es consciente de que está siendo observada por un depredador antes de que lo pueda ver o percibir por cualquier otro sentido, algo que según esta teoría se explicaría porque ambos están unidos por un mismo campo en el que se afectan. Lo mismo sucedería en el hombre, en el que esto ocurre con más frecuencia cuanto más sensibles sean los individuos y mayor sea su vínculo emocional. En los deportes de equipo como el fútbol, hay jugadores que en ocasiones dicen percibir la intención de sus compañeros de equipo sin necesidad de verlos u oírlos.
Los campos mentales de los grupos sociales ayudan a coordinar los movimientos de los individuos, sean equipos de fútbol, grupos familiares, peces nadando en un banco o pájaros volando en bandadas a los que en ocasiones se les puede ver con sincronizaciones instantáneas. En esos campos mórficos de los grupos sociales es donde Sheldrake encuentra las bases evolutivas de la telepatía. "Miedo, alarma, excitación, llamadas de ayuda (...) todo puede comunicarse telepáticamente. Los ejemplos más espectaculares de telepatía se dan cuando los miembros del grupo están lejos, más allá del alcance de los sentidos conocidos".
Sheldrake nos abre la puerta a un nuevo y revolucionario concepto de mente. Saber que cualidades como la telepatía son naturales y se pueden potenciar entre personas cercanas es apasionante. Pero tener consciencia de que nuestra mente se extiende hacia la vida, quizá lo sea más. Los interrogantes que nos deja son muchos: ¿Se aprende a desarrollar estas capacidades? ¿Cómo afectan mis pensamientos a los demás? O, si las intenciones afectan al futuro, ¿cada uno construye su realidad?
J. M. López
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