La escritora ofrece, en su nuevo libro, 'Una mochila para el universo', rutas para aprender a gestionar y a vivir con nuestras emociones..
Elsa Punset lo tiene claro: “La felicidad del siglo XXI pasa por comprender y gestionar las emociones para poder transformar las áreas de la vida que no funcionan”. Llevamos años poniéndonos las pilas en cuidar nuestro aspecto físico, en mantener nuestro cuerpo a tono por fuera, ¿pero qué pasa con nuestro interior? La autora acaba de publicar el libro Una mochila para el universo, en el que ofrece rutas para conocer nuestras emociones y aprender a gestionarlas. Punset cree que “la vida, al final, son gestos sencillos, y esos gestos son los que podemos trabajar, pero hay que hacerlo con regularidad”. Habla de abrazos, de miradas, de sonrisas. La escritora considera clave entrenar nuestro cerebro para que genere emociones positivas y, en la mayoría de casos, la receta pasa por poner en práctica un conjunto de pequeños gestos y acciones que pueden ayudarnos a que nuestra vida sea mejor. Nuestro cerebro tiene un mecanismo que hace que se agranden las malas experiencias y nos las recuerde constantemente. Es por ello que los neurólogos aseguran que hay que equilibrar una emoción negativa con cinco de positivas. Elsa Punset concluye que “no necesitamos tanto como creemos” y tiene claro que “es mucho más lo que nos une que lo que nos separa y necesitamos estar conectados con los demás”. Ahora sólo tenemos que descubrirlo.
-¿Tan perdidos estamos los humanos que necesitamos que nos den rutas para gestionar nuestras emociones?
-A todos nos han educado sin explicarnos lo que nos pasa por dentro ni a poner nombre a las emociones. Tampoco nos enseñan que podemos gestionarlas o que podemos potenciar algunas de ellas. Ni nos han mostrado cuáles son los mecanismos básicos de por qué decides lo que decides, qué te da seguridad o qué es más importante en tu balanza de la felicidad. Son cosas que a mí me parecen básicas. La gente vive con las emociones como si fueran algo que viene de fuera, cuando es algo que está dentro de nosotros y ya va siendo de hora que nos empiecen a contar cómo funcionan.
-¿Existe una ruta única para aprenderlas?
-No. Las he dividido en diferentes rutas porque el aprendizaje es complicado y es necesario adoptar lenguajes nuevos. Hay que tener en cuenta que detrás de cada pensamiento y de cada comportamiento hay una emoción, y eso lo olvidamos la mayoría de veces. No somos tanto lo que pensamos, como lo que sentimos.
-¿Quién nos debe ayudar a gestionar y aprender estas emociones?
-Uno mismo, pero no puedes transformar lo que no comprendes. La clave está en que nos enseñen un tipo de información, que no es tan útil para la vida, pero que sí que es básica para vivir y decidir cómo gestionas tu vida. Esa información no la aprendemos en el colegio, y en casa la aprendemos de forma automática si tenemos la suerte de contar con unos padres emocionalmente inteligentes. Aun así, las familias más solidas también tienen su lado oscuro . Me apetecía escribir un libro para explicar cómo funcionamos por dentro y cómo podemos cambiar.
-Asegura en este libro que en el siglo XX aprendimos a sobrevivir por fuera pero que ahora deberemos consolidar nuestra supervivencia interior ¿Por qué?
-Piensa que en los años 50 la gente no hacía ejercicio, no había estudios científicos que te dijeran que si no movías el cuerpo, no te encontrarías bien. Ahora lo tenemos mucho más asumido y la gente se empieza a cuidar físicamente. Lo que sucede hoy es que debemos empezar de cero en el tema de las emociones. Estamos midiendo el impacto de las emociones en la salud o el bienestar. Tenemos un problema tremendo de salud mental, la depresión se está disparando y vemos que es posible vivir más años, pero ¿con qué calidad de vida?
-¿Nos tenemos que enfrentar a algo que nadie nos ha explicado de forma autónoma?
-Sí. No es algo que se enseñe en la escuela, aunque las grandes reformas educativas sí que están empezando a tener en cuenta competencias emocionales y sociales. Es ahora que nos estamos dando cuenta de que esto va a formar parte de nuestra forma de enseñar a nuestros hijos. Hoy por hoy, lo que no has aprendido en casa no hay más remedio que hacerlo por tu cuenta. Y sobre todo, trabajarlo. Por eso quería ofrecer herramientas prácticas.
-Centrémonos en esas herramientas. ¿Qué hay que hacer para generar emociones positivas?
-Es bastante extraordinario que seamos capaces de hacerlo. Los monjes del Dalái Lama, por ejemplo, hacen algo muy curioso: meditan. La meditación es la capacidad de activar a voluntad determinadas partes del cerebro y centrar la atención en esas partes. Parece fácil, pero requiere de un entrenamiento que en Occidente se ha perdido. Es por ello que muchos laboratorios de neurociencia están estudiando el cerebro de estos monjes. Hace relativamente poco que nos hemos dado cuenta de que cuando trabajas una parte del cerebro la activas y se refuerza. Incluso cuando imaginas algo como que estás tocando el piano, esas partes del cerebro que activas cuando tocas el piano de verdad se activan. Una de las herramientas que sabemos que funciona muy bien es que el pensamiento cambia el cerebro físicamente como si nada, por ello hay que cambiar tu pensamiento y tu comportamiento.
-¿Al cerebro hay que entrenarlo, o engañarlo?
-Las dos cosas. ¿Por qué estamos tan dotados para la infelicidad y no para la felicidad? Porque tenemos un cerebro programado para sobrevivir en un mundo muy peligroso desde hace miles y miles de años, en el que la esperanza de vida era muy corta y cualquier cosa podía ser muy peligrosa. El cerebro tiene unos mecanismos que agrandan lo malo y te lo recuerdan constantemente. Esto te puede fastidiar mucho la vida y tienes que estar continuamente entrenando al cerebro en positivo. Pero para hacer eso, antes, y en ocasiones, debes engañar al cerebro. Te pongo un ejemplo: la dieta. ¿Por qué nos gusta tanto la comida grasa y azucarada? Porque cuando éramos cazadores recolectores nunca sabíamos si íbamos a comer la semana siguiente y recogíamos todo lo que podíamos para acumular una gran reserva de grasa. Lo normal es que tu cerebro te pida comer cosas grasas y calóricas. Todavía somos eso, y estamos conviviendo en otro momento. Es por ello que hay que entrenar el cerebro, pero de nuevo el problema es que no estamos acostumbrados y que lo que hace la mayor parte de gente es dejarse llevar.
-Usted asegura que este entrenamiento pasa por hacer pequeños gestos diarios, como cambiar el recorrido a la hora de volver a casa. Simplemente eso.
-Sí. Esto de la plasticidad cerebral, es decir, que tu cerebro cambie según le vas entrenando, está muy bien. Pero si no lo entrenas y simplemente repites lo mismo, la vida se convierte en una rutina. Esas rutinas luego son muy difíciles de gestionar y se convierten en algo automático. Lo que tienes que hacer constantemente es retar al cerebro y evitar que te haga hacer siempre lo mismo y de la misma forma. Si no lo haces, te estás perdiendo muchas otras formas de hacer las cosas. Fíjate que las personas que tienen buena suerte son personas capaces de abrir nuevas puertas en su vida y no hacer siempre lo mismo. Esta capacidad la tenemos todos, sólo hay que entrenarla.
-Quizás es que nos han hecho ver que lo bueno es copiar lo que hacen los demás.
-Sí, es brutal. Y mira hasta qué punto esto es fuerte que es un mecanismo de seguridad que hace que estemos permanentemente luchando entre el miedo y la apertura al mundo. ¿Cuál es el mecanismo de seguridad de una manada? Si algún elemento de la manada se mueve, los otros se mueven también para salvar su vida. Y no nos damos cuenta de ello, esto es lo más tremendo. Hasta tal punto que cuando no haces lo que hacen todos a tu alrededor, el cerebro despierta unos mecanismos con los que es difícil vivir: Mala conciencia o sentimiento de peligrosidad, por ejemplo. El cerebro va contra el hecho de que tú no copies a los demás porque, de nuevo, desarrolla un mecanismo de supervivencia.
-En nuestra sociedad, el fracaso penaliza. Así es difícil ser creativo y no copiar a los demás, ¿no cree?
-En sociedades muy individualistas como la americana, el fracaso penaliza menos. En sociedades en las que lo que dicen y hacen los demás cuenta, penaliza mucho. El problema es que para ser creativo hay que equivocarse mucho. Hay personas que han descubierto cosas realmente maravillosas pero que antes han acumulado una gran cantidad de fracasos.
-¿La falta de tiempo es una excusa que nos ponemos para no hacer cosas o es un problema real que existe hoy?
-Hace poco, estuve ayudando a presentar una campaña que se llama Somos. He hecho un estudio con donantes, y la idea era agradecer a los tres millones de donantes que hay en España el tiempo y el dinero que dan a las oenegés y ver por qué lo hacen. Una de las cosas que se extrae del estudio es que todo el mundo quiere ayudar y que da mucha felicidad ayudar a los demás. El mecanismo que se activa en el cerebro es el de la empatía, y estamos fisiológicamente dotados para sentir físicamente el uno por el otro. Es un mecanismo muy fuerte que hace que te apetezca ayudar al otro y conectarte con él. ¿Por qué, entonces, a veces no ayudamos? La falta de tiempo es una de las razones. Para conectar con el otro necesitas un mínimo de tiempo, mirar al otro, centrarte en él otro. Y a veces el cerebro no te deja. Un abrazo debe durar seis segundos para que tenga un impacto químico en el cerebro.
-Somos una sociedad que suele reducir el contacto físico al ámbito sexual. ¿Por qué nos cuesta tanto?
-Es lo fácil, lo evidente. Dejar los afectos en la familia y en la pareja es un error que está causando mucho dolor en la gente porque necesitamos conectarnos. Existe el tema tan manido de si el dinero da la felicidad o no. El dinero te da mucha felicidad porque es lo que te permite salir adelante pero, por encima del modo de supervivencia, el afecto tiene una importancia muy superior al dinero. Se calcula que la gente necesita entre 5 y 12 personas cercanas. Esta red de afectos, que es muy importante para la salud mental de la gente, decrece con la edad. ¡No hacemos nada para impedirlo! El afecto no es sólo la pareja, debemos tener una sociedad más preparada para ampliar esta red de afectos, aunque nos hagamos mayores.
-¿Tenemos que tocarnos más?
-Tenemos que conectarnos más con los demás, y la solución no va a venir de nuestros gobiernos. Antes hablábamos de las razones que hacen que la gente no conecte; una es la falta de tiempo, pero hay otra que es que estamos acostumbrados a delegar. “Ya me dirán lo que tengo que hacer”, solemos pensar. Vamos a tener que generar soluciones entre todos, soluciones que pasan porque en los barrios haya más lugares donde las personas puedan conocerse y ampliar estos círculos.
-¿Las redes sociales nos han conectado o nos han alejado?
-Nos conectan muchísimo, pero sirven sobre todo para contagiar emociones e ideas. La necesidad de cercanía y de intimidad que tenemos son niveles de afecto distintos y deberemos de hacer un esfuerzo para que convivan esas dos realidades.
-¿El amor sigue siendo el motor universal que nos mueve?
-El amor es como un sistema de motivación, es una súper emoción, aunque algunos académicos no lo consideren así. ¿Qué hacen las personas deprimidas? La falta de curiosidad, la falta de querer salir fuera es lo más parecido a la muerte. El amor es lo que te hace moverte, y es curioso porque no aprendemos acerca de él.
-¿Qué claves me puede dar para alimentar ese círculo amoroso y que sobreviva más allá de la rutina?
-El enamoramiento es un tema que me apasiona. Cuando te enamoras, el cerebro se vuelve más maleable, más abierto. El enamoramiento es la fase de la vida en la que estás más abierto a aprender, a descubrir a alguien y a ver el mundo a través de los ojos de otra persona. Es la química de la dopamina y para el cerebro es extraordinario. De la misma forma que estamos programados para sobrevivir, estamos programados para explorar. ¿Cómo se alimenta eso? Está claro que el amor de pareja pasa por fases, pero hay un elemento que está presente en la vida de las parejas que funcionan: la novedad. La mayor queja de las parejas que llevan un tiempo juntas es el aburrimiento. Si nos educasen para poder hacer determinados gestos o rituales con nuestras relaciones interpersonales, seríamos mejores. Cuando empiezas a salir con una persona quieres intimidad, buscas dar salida al deseo de fundirte en alguien y de ver que no estás solo en el mundo. Introducir novedades y mantener ese deseo de intimidad son dos claves para alimentar nuestro círculo amoroso.
-Si nuestro cerebro está preparado para los cambios, ¿por qué nos cuesta tanto hacerlos?
-El cerebro percibe cualquier cambio como algo que estás perdiendo. El cerebro odia la incertidumbre y eres tú el que le tienes que decir lo que está pasando porque, para él, cualquier cambio es un ataque a su supervivencia. Estos cambios, los tienes que hacer de forma deliberada y contraviniendo algo que llevas haciendo durante tiempo de otra manera. Esto es muy duro para el cerebro porque tiene que deshacer un camino neuronal muy grueso y grande. Fíjate que muy poca gente hace cambios cuando está medianamente bien, de ahí que las crisis siempre representen una buena oportunidad para cambiar lo que no funciona.
-Las emociones se contagian. ¿Cómo podemos contagiar emociones positivas y evitar las negativas?
-Se contagian más las negativas porque es una señal de alarma que estás enviando a los demás. Hay que alejarse de los focos de emociones negativas. Dicho esto, también es fácil contagiar emociones positivas porque estamos dotados para contagiarnos sin querer, sólo mirando a alguien positivo. La gente positiva suele ser muy popular y estar muy rodeada porque contagia esta química del bienestar. ¿Cómo las puedes contagiar tú? Hay una forma muy sencilla, y es el afecto. Si ves a una persona que te trata bien sin que haya ninguna razón para ello, te contagia afecto. Un gesto, una sonrisa, una mirada amable. Tenemos un enorme poder para hacer daño o hacer el bien a la gente. Cada día creo menos en las emociones neutras. Es muy fácil dar un poco de afecto a los demás y, por desgracia, no lo hacemos mucho. Y eso es porque no nos han enseñado el poder que tiene eso, si no las personas lo haríamos generosamente, porque nos gusta ayudar. Si te pones a pensar, verás como el afecto de los demás te ha salvado o te ha dado muchas alegrías.
-¿Eso quiere decir que hay que sonreír aunque no tengas ganas?
-Lo que se ha visto es que si estás triste, pones cara triste. Si pones cara triste o de enfadado sin estar enfadado, te sientes enfadado. Si sonríes aunque no tengas ganas, generas un poco de química de bienestar. Estamos empezando a entender estos mecanismos. El cerebro no sólo está en la cabeza, sino también en los dedos, en el estómago. El cuerpo entero es inteligente y se contagia de determinados gestos. No es que sea partidaria de que la gente siempre esté feliz o contenta, porque hay momentos duros y de pérdidas, pero sí que pienso que hay que estar muy atentos para no dejarse llevar por la negatividad. Si te dejas a tu propia suerte, vivirás peor de lo que podrías vivir.
ALBERT DOMÈNECH
Elsa Punset lo tiene claro: “La felicidad del siglo XXI pasa por comprender y gestionar las emociones para poder transformar las áreas de la vida que no funcionan”. Llevamos años poniéndonos las pilas en cuidar nuestro aspecto físico, en mantener nuestro cuerpo a tono por fuera, ¿pero qué pasa con nuestro interior? La autora acaba de publicar el libro Una mochila para el universo, en el que ofrece rutas para conocer nuestras emociones y aprender a gestionarlas. Punset cree que “la vida, al final, son gestos sencillos, y esos gestos son los que podemos trabajar, pero hay que hacerlo con regularidad”. Habla de abrazos, de miradas, de sonrisas. La escritora considera clave entrenar nuestro cerebro para que genere emociones positivas y, en la mayoría de casos, la receta pasa por poner en práctica un conjunto de pequeños gestos y acciones que pueden ayudarnos a que nuestra vida sea mejor. Nuestro cerebro tiene un mecanismo que hace que se agranden las malas experiencias y nos las recuerde constantemente. Es por ello que los neurólogos aseguran que hay que equilibrar una emoción negativa con cinco de positivas. Elsa Punset concluye que “no necesitamos tanto como creemos” y tiene claro que “es mucho más lo que nos une que lo que nos separa y necesitamos estar conectados con los demás”. Ahora sólo tenemos que descubrirlo.
-¿Tan perdidos estamos los humanos que necesitamos que nos den rutas para gestionar nuestras emociones?
-A todos nos han educado sin explicarnos lo que nos pasa por dentro ni a poner nombre a las emociones. Tampoco nos enseñan que podemos gestionarlas o que podemos potenciar algunas de ellas. Ni nos han mostrado cuáles son los mecanismos básicos de por qué decides lo que decides, qué te da seguridad o qué es más importante en tu balanza de la felicidad. Son cosas que a mí me parecen básicas. La gente vive con las emociones como si fueran algo que viene de fuera, cuando es algo que está dentro de nosotros y ya va siendo de hora que nos empiecen a contar cómo funcionan.
-¿Existe una ruta única para aprenderlas?
-No. Las he dividido en diferentes rutas porque el aprendizaje es complicado y es necesario adoptar lenguajes nuevos. Hay que tener en cuenta que detrás de cada pensamiento y de cada comportamiento hay una emoción, y eso lo olvidamos la mayoría de veces. No somos tanto lo que pensamos, como lo que sentimos.
-¿Quién nos debe ayudar a gestionar y aprender estas emociones?
-Uno mismo, pero no puedes transformar lo que no comprendes. La clave está en que nos enseñen un tipo de información, que no es tan útil para la vida, pero que sí que es básica para vivir y decidir cómo gestionas tu vida. Esa información no la aprendemos en el colegio, y en casa la aprendemos de forma automática si tenemos la suerte de contar con unos padres emocionalmente inteligentes. Aun así, las familias más solidas también tienen su lado oscuro . Me apetecía escribir un libro para explicar cómo funcionamos por dentro y cómo podemos cambiar.
-Asegura en este libro que en el siglo XX aprendimos a sobrevivir por fuera pero que ahora deberemos consolidar nuestra supervivencia interior ¿Por qué?
-Piensa que en los años 50 la gente no hacía ejercicio, no había estudios científicos que te dijeran que si no movías el cuerpo, no te encontrarías bien. Ahora lo tenemos mucho más asumido y la gente se empieza a cuidar físicamente. Lo que sucede hoy es que debemos empezar de cero en el tema de las emociones. Estamos midiendo el impacto de las emociones en la salud o el bienestar. Tenemos un problema tremendo de salud mental, la depresión se está disparando y vemos que es posible vivir más años, pero ¿con qué calidad de vida?
-¿Nos tenemos que enfrentar a algo que nadie nos ha explicado de forma autónoma?
-Sí. No es algo que se enseñe en la escuela, aunque las grandes reformas educativas sí que están empezando a tener en cuenta competencias emocionales y sociales. Es ahora que nos estamos dando cuenta de que esto va a formar parte de nuestra forma de enseñar a nuestros hijos. Hoy por hoy, lo que no has aprendido en casa no hay más remedio que hacerlo por tu cuenta. Y sobre todo, trabajarlo. Por eso quería ofrecer herramientas prácticas.
-Centrémonos en esas herramientas. ¿Qué hay que hacer para generar emociones positivas?
-Es bastante extraordinario que seamos capaces de hacerlo. Los monjes del Dalái Lama, por ejemplo, hacen algo muy curioso: meditan. La meditación es la capacidad de activar a voluntad determinadas partes del cerebro y centrar la atención en esas partes. Parece fácil, pero requiere de un entrenamiento que en Occidente se ha perdido. Es por ello que muchos laboratorios de neurociencia están estudiando el cerebro de estos monjes. Hace relativamente poco que nos hemos dado cuenta de que cuando trabajas una parte del cerebro la activas y se refuerza. Incluso cuando imaginas algo como que estás tocando el piano, esas partes del cerebro que activas cuando tocas el piano de verdad se activan. Una de las herramientas que sabemos que funciona muy bien es que el pensamiento cambia el cerebro físicamente como si nada, por ello hay que cambiar tu pensamiento y tu comportamiento.
-¿Al cerebro hay que entrenarlo, o engañarlo?
-Las dos cosas. ¿Por qué estamos tan dotados para la infelicidad y no para la felicidad? Porque tenemos un cerebro programado para sobrevivir en un mundo muy peligroso desde hace miles y miles de años, en el que la esperanza de vida era muy corta y cualquier cosa podía ser muy peligrosa. El cerebro tiene unos mecanismos que agrandan lo malo y te lo recuerdan constantemente. Esto te puede fastidiar mucho la vida y tienes que estar continuamente entrenando al cerebro en positivo. Pero para hacer eso, antes, y en ocasiones, debes engañar al cerebro. Te pongo un ejemplo: la dieta. ¿Por qué nos gusta tanto la comida grasa y azucarada? Porque cuando éramos cazadores recolectores nunca sabíamos si íbamos a comer la semana siguiente y recogíamos todo lo que podíamos para acumular una gran reserva de grasa. Lo normal es que tu cerebro te pida comer cosas grasas y calóricas. Todavía somos eso, y estamos conviviendo en otro momento. Es por ello que hay que entrenar el cerebro, pero de nuevo el problema es que no estamos acostumbrados y que lo que hace la mayor parte de gente es dejarse llevar.
-Usted asegura que este entrenamiento pasa por hacer pequeños gestos diarios, como cambiar el recorrido a la hora de volver a casa. Simplemente eso.
-Sí. Esto de la plasticidad cerebral, es decir, que tu cerebro cambie según le vas entrenando, está muy bien. Pero si no lo entrenas y simplemente repites lo mismo, la vida se convierte en una rutina. Esas rutinas luego son muy difíciles de gestionar y se convierten en algo automático. Lo que tienes que hacer constantemente es retar al cerebro y evitar que te haga hacer siempre lo mismo y de la misma forma. Si no lo haces, te estás perdiendo muchas otras formas de hacer las cosas. Fíjate que las personas que tienen buena suerte son personas capaces de abrir nuevas puertas en su vida y no hacer siempre lo mismo. Esta capacidad la tenemos todos, sólo hay que entrenarla.
-Quizás es que nos han hecho ver que lo bueno es copiar lo que hacen los demás.
-Sí, es brutal. Y mira hasta qué punto esto es fuerte que es un mecanismo de seguridad que hace que estemos permanentemente luchando entre el miedo y la apertura al mundo. ¿Cuál es el mecanismo de seguridad de una manada? Si algún elemento de la manada se mueve, los otros se mueven también para salvar su vida. Y no nos damos cuenta de ello, esto es lo más tremendo. Hasta tal punto que cuando no haces lo que hacen todos a tu alrededor, el cerebro despierta unos mecanismos con los que es difícil vivir: Mala conciencia o sentimiento de peligrosidad, por ejemplo. El cerebro va contra el hecho de que tú no copies a los demás porque, de nuevo, desarrolla un mecanismo de supervivencia.
-En nuestra sociedad, el fracaso penaliza. Así es difícil ser creativo y no copiar a los demás, ¿no cree?
-En sociedades muy individualistas como la americana, el fracaso penaliza menos. En sociedades en las que lo que dicen y hacen los demás cuenta, penaliza mucho. El problema es que para ser creativo hay que equivocarse mucho. Hay personas que han descubierto cosas realmente maravillosas pero que antes han acumulado una gran cantidad de fracasos.
-¿La falta de tiempo es una excusa que nos ponemos para no hacer cosas o es un problema real que existe hoy?
-Hace poco, estuve ayudando a presentar una campaña que se llama Somos. He hecho un estudio con donantes, y la idea era agradecer a los tres millones de donantes que hay en España el tiempo y el dinero que dan a las oenegés y ver por qué lo hacen. Una de las cosas que se extrae del estudio es que todo el mundo quiere ayudar y que da mucha felicidad ayudar a los demás. El mecanismo que se activa en el cerebro es el de la empatía, y estamos fisiológicamente dotados para sentir físicamente el uno por el otro. Es un mecanismo muy fuerte que hace que te apetezca ayudar al otro y conectarte con él. ¿Por qué, entonces, a veces no ayudamos? La falta de tiempo es una de las razones. Para conectar con el otro necesitas un mínimo de tiempo, mirar al otro, centrarte en él otro. Y a veces el cerebro no te deja. Un abrazo debe durar seis segundos para que tenga un impacto químico en el cerebro.
-Somos una sociedad que suele reducir el contacto físico al ámbito sexual. ¿Por qué nos cuesta tanto?
-Es lo fácil, lo evidente. Dejar los afectos en la familia y en la pareja es un error que está causando mucho dolor en la gente porque necesitamos conectarnos. Existe el tema tan manido de si el dinero da la felicidad o no. El dinero te da mucha felicidad porque es lo que te permite salir adelante pero, por encima del modo de supervivencia, el afecto tiene una importancia muy superior al dinero. Se calcula que la gente necesita entre 5 y 12 personas cercanas. Esta red de afectos, que es muy importante para la salud mental de la gente, decrece con la edad. ¡No hacemos nada para impedirlo! El afecto no es sólo la pareja, debemos tener una sociedad más preparada para ampliar esta red de afectos, aunque nos hagamos mayores.
-¿Tenemos que tocarnos más?
-Tenemos que conectarnos más con los demás, y la solución no va a venir de nuestros gobiernos. Antes hablábamos de las razones que hacen que la gente no conecte; una es la falta de tiempo, pero hay otra que es que estamos acostumbrados a delegar. “Ya me dirán lo que tengo que hacer”, solemos pensar. Vamos a tener que generar soluciones entre todos, soluciones que pasan porque en los barrios haya más lugares donde las personas puedan conocerse y ampliar estos círculos.
-¿Las redes sociales nos han conectado o nos han alejado?
-Nos conectan muchísimo, pero sirven sobre todo para contagiar emociones e ideas. La necesidad de cercanía y de intimidad que tenemos son niveles de afecto distintos y deberemos de hacer un esfuerzo para que convivan esas dos realidades.
-¿El amor sigue siendo el motor universal que nos mueve?
-El amor es como un sistema de motivación, es una súper emoción, aunque algunos académicos no lo consideren así. ¿Qué hacen las personas deprimidas? La falta de curiosidad, la falta de querer salir fuera es lo más parecido a la muerte. El amor es lo que te hace moverte, y es curioso porque no aprendemos acerca de él.
-¿Qué claves me puede dar para alimentar ese círculo amoroso y que sobreviva más allá de la rutina?
-El enamoramiento es un tema que me apasiona. Cuando te enamoras, el cerebro se vuelve más maleable, más abierto. El enamoramiento es la fase de la vida en la que estás más abierto a aprender, a descubrir a alguien y a ver el mundo a través de los ojos de otra persona. Es la química de la dopamina y para el cerebro es extraordinario. De la misma forma que estamos programados para sobrevivir, estamos programados para explorar. ¿Cómo se alimenta eso? Está claro que el amor de pareja pasa por fases, pero hay un elemento que está presente en la vida de las parejas que funcionan: la novedad. La mayor queja de las parejas que llevan un tiempo juntas es el aburrimiento. Si nos educasen para poder hacer determinados gestos o rituales con nuestras relaciones interpersonales, seríamos mejores. Cuando empiezas a salir con una persona quieres intimidad, buscas dar salida al deseo de fundirte en alguien y de ver que no estás solo en el mundo. Introducir novedades y mantener ese deseo de intimidad son dos claves para alimentar nuestro círculo amoroso.
-Si nuestro cerebro está preparado para los cambios, ¿por qué nos cuesta tanto hacerlos?
-El cerebro percibe cualquier cambio como algo que estás perdiendo. El cerebro odia la incertidumbre y eres tú el que le tienes que decir lo que está pasando porque, para él, cualquier cambio es un ataque a su supervivencia. Estos cambios, los tienes que hacer de forma deliberada y contraviniendo algo que llevas haciendo durante tiempo de otra manera. Esto es muy duro para el cerebro porque tiene que deshacer un camino neuronal muy grueso y grande. Fíjate que muy poca gente hace cambios cuando está medianamente bien, de ahí que las crisis siempre representen una buena oportunidad para cambiar lo que no funciona.
-Las emociones se contagian. ¿Cómo podemos contagiar emociones positivas y evitar las negativas?
-Se contagian más las negativas porque es una señal de alarma que estás enviando a los demás. Hay que alejarse de los focos de emociones negativas. Dicho esto, también es fácil contagiar emociones positivas porque estamos dotados para contagiarnos sin querer, sólo mirando a alguien positivo. La gente positiva suele ser muy popular y estar muy rodeada porque contagia esta química del bienestar. ¿Cómo las puedes contagiar tú? Hay una forma muy sencilla, y es el afecto. Si ves a una persona que te trata bien sin que haya ninguna razón para ello, te contagia afecto. Un gesto, una sonrisa, una mirada amable. Tenemos un enorme poder para hacer daño o hacer el bien a la gente. Cada día creo menos en las emociones neutras. Es muy fácil dar un poco de afecto a los demás y, por desgracia, no lo hacemos mucho. Y eso es porque no nos han enseñado el poder que tiene eso, si no las personas lo haríamos generosamente, porque nos gusta ayudar. Si te pones a pensar, verás como el afecto de los demás te ha salvado o te ha dado muchas alegrías.
-¿Eso quiere decir que hay que sonreír aunque no tengas ganas?
-Lo que se ha visto es que si estás triste, pones cara triste. Si pones cara triste o de enfadado sin estar enfadado, te sientes enfadado. Si sonríes aunque no tengas ganas, generas un poco de química de bienestar. Estamos empezando a entender estos mecanismos. El cerebro no sólo está en la cabeza, sino también en los dedos, en el estómago. El cuerpo entero es inteligente y se contagia de determinados gestos. No es que sea partidaria de que la gente siempre esté feliz o contenta, porque hay momentos duros y de pérdidas, pero sí que pienso que hay que estar muy atentos para no dejarse llevar por la negatividad. Si te dejas a tu propia suerte, vivirás peor de lo que podrías vivir.
ALBERT DOMÈNECH
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