Creo que empecé demasiado pronto a reflexionar sobre la vida en vez de vivirla, y comencé demasiado tarde a tener plena conciencia de que la vida en sí misma es una acción, por lo tanto no había más que reflexionar…...

El año del conejo

3 de mayo de 2012

LO ULTIMO EN MEDICINA PARA EL ESPÍRITU

Recomendaciones : no tener tanto apego a las cosas o tomarte la vida de otra manera (quitándole importancia a los hechos o sucesos) y diciendo ¡Keledén! a los estados de preocupación, ansiedad, etcétera.

¿Cómo puede un hombre criado en la acelerada sociedad occidental resumir toda la filosofía oriental que nos invita a la relajación y a la meditación? Con una palabra: «KELEDÉN». Parece el nombre de un medicamento pero es un mantra efectivo cuando la vida nos sobrepasa y queremos mandarlo todo a paseo. John C. Parkin nos invita a hacerlo sin remordimientos y nos incita a buscar la felicidad por encima de todo, incluso por encima de esas metas y expectativas que tenemos que alcanzar a toda costa y que finalmente acaban por ahogarnos.
Así que relájate, rechaza el estrés y la ansiedad que dominan tu vida y descubre cómo decir «Keledén» a todos tus problemas e inquietudes. Los efectos beneficiosos son instantáneos.



HAZ LA PRUEBA: DI ¡KELEDÉN! A ALGO

Cuando dices ¡Keledén!, renuncias a controlar algo; normalmente algo que te perjudica.
Cuando dices ¡Keledén!, te abandonas al flujo de la vida: dejas de hacer lo que no quieres, haces por fin lo que siempre has querido y ya no escuchas a la gente, sino a ti mismo.
Cuando dices ¡Keledén!, llevas a cabo un acto espiritual (el acto espiritual definitivo, de hecho) porque cedes, te dejas llevar, abandonas toda resistencia, te relajas y vuelves a sintonizar con el flujo natural de la vida (también conocido como el Tao, Dios, etcétera).
Cuando dices ¡Keledén!, dejas de preocuparte (en general), dejas de desear (principalmente) y acabas encantado de ser tú mismo en el momento presente (si tienes suerte).
De modo que antes de que saltemos cogidos del brazo a esta piscina de conocimiento, haz la prueba. Di ¡Keledén! a algo. Puede ser algo nimio (ir al frigorífico a zamparte la tarta de queso) o algo importante (ir a ver al pedazo de vago —o vaga— que tienes por pareja y decirle que se vaya a pasear).
Di ¡Keledén! a algo... Lo que sea. Y siente la libertad y el desahogo que eso proporciona. Multiplícalo por diez, imagínate que lo sientes la mayor parte del tiempo; entonces te harás una idea de dónde te estás metiendo.
Y por último, antes de saltar, GRITEMOS juntos: ¡Keleeedddéeennn!



UN MENSAJE DEL AUTOR
Naturalmente, este libro en su conjunto es un mensaje del autor. Pero estas líneas son una moto que envía el convoy que transporta el mensaje del autor para que vaya a tu encuentro y te prepare para la llegada de ese mismo mensaje.
Cuando el motorista se quita el casco, se está riendo. Una vez recuperada la compostura, te cuenta de qué se es-taba riendo.
Este mensaje llegará hasta ti (por lo general) en un formato ligero; las cosas son más fáciles de asimilar y de digerir de esa forma. Como dijo Mary Poppins, la famosa bruja y gurú de los sesenta: «Con un poco de azúcar, esa píldora que os dan pasará mejor». Sobre todo si esa píldora/azúcar que estás a punto de tomar sabe a algo que te gusta: a fresa, en el caso de Michael, y a ponche, en el de Mary Poppins.
De modo que elige tu sabor, e intentaré complacerte.
El mensaje de este libro gira en torno a la falta de seriedad; por lo que la píldora está hecha totalmente de azúcar (con el aditivo, claro está, del sabor que elijas).
La vida está compuesta de cosas que nos importan. Nuestro sistema de valores se basa en aquello que hemos decidido que tiene importancia para nosotros (o que nos han enseñado que debe tenerla). Y esas cosas son las que nos tomamos en serio.
Cuando decimos ¡Keledén! (y normalmente recurrimos a esa expresión cuando las cosas que consideramos importantes se tuercen), reconocemos que lo que nos importaba no era tan relevante. En otras palabras, en cualquier circunstancia desafortunada, dejamos de tomarnos en serio algo que normalmente nos tomamos muy en serio.
Dar importancia a las cosas equivale a la seriedad. No hacerlo supone adentrarse en el reino de la risa y de la ligereza.
Puede que a estas alturas estés desconcertado. Y es que no nos entra en la cabeza la posibilidad de que no haya nada que no sea importante. Pero muchos de nosotros también hallamos el perfume irresistible de la libertad cuando descubrimos que es posible que las cosas no sean tan importantes.
Se trata de una expresión que causa gran impacto. Algunas personas la utilizan a menudo, en cualquiera de sus variantes. Y lo extraordinario es que —pese a su capacidad para propagarse como un virus— conserva gran par-te de su fuerza.
Cierto, ahora es posible incluirla en la portada de un libro (lo cual habría sido inconcebible hace veinte años), pero es esta misma expresión la que llama la atención sobre el libro.


Todo es cuestión de anarquía

Decir ¡Keledén! es como hacer´ un corte de mangas al mundo del sentido común, al convencionalismo, a la autoridad, a los sistemas impuestos, a la uniformidad y al orden establecido. Eso es la anarquía. Anarquía significa literalmente «sin un gobernante». Los anarquistas proponen la existencia de un estado libre de gobernantes y dirigentes. Pero el significado más amplio de anarquía es la ausencia de cualquier norma, objetivo o sentido comunes a todos.
Y esa es la clave de la esencia anarquista de ¡Keledén! Nuestra vida se basa en una búsqueda incesante en encontrarle sentido a todo aquello que nos rodea y en ir acumulando esos numerosos sentidos. Pese a que tal necesidad nos fastidia, el mundo en que vivimos nos exige esa indagación sin fin.
Para vivir juntos armoniosamente, tratamos de ponernos de acuerdo en las normas, los objetivos y los sentidos.
De modo que todo aquello que amenace esos sentidos colectivos, las vacas sagradas de nuestros universos semánticos, supone una gran amenaza. Y el anarquismo —la ausencia real de sentido y de finalidad— es la mayor amenaza que existe.
La connotación política más estricta del anarquismo —derrocar el Estado— no es nada comparada con el poder destructivo de su verdadero sentido: derrocar la percepción común del sentido y de la finalidad. El anarquismo, en este sentido, es la filosofía más destructiva y radical con la que el hombre podría soñar jamás.
Cuando dices ¡Keledén!, adoptas una filosofía que asusta mucho a todo el mundo.
De modo que el contenido de ¡Keledén! es explosivo en dos sentidos: es contundente y ofensivo, y la expresión conecta con la filosofía de la anarquía pura.
Y antes de que te asustes y dejes de seguir leyendo por-que estás pensando: «No me interesa la anarquía», he aquí una glosa filosófica oculta en la etimología de la palabra «anarquía»: Anarchos (sí, todo viene del griego) era una descripción aplicada frecuentemente a Dios; lo «inmotivado» y «sin principio» se consideraba divino.
Este es un momento muy importante. Un momento en que estadios (o stadia, si sabes latín) repletos de gente deberían levantarse y aplaudir y vitorear. Después de escribir que ¡Keledén! es la vía espiritual definitiva (lo cual es cierto) y sostener que es en esencia el auténtico anarquismo, ahora descubro que antiguamente se aludía a Dios —DIOS, nada más y nada menos— como Anarchos.
Eso es bueno. Cualquiera diría que Dios me ha estado
guiando en la presentación de esta filosofía. Pero, disculpa, Dios, ya que el concepto que algunos tienen de Ti es una idea generalizada basada en la búsqueda de un sentido, a la que desde un punto de vista anárquico tenemos que decir ¡Keledén!
Lo siento, Dios.

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